Lecturas Bíblicas: Día 321 1 Crónicas 9–10 | Hebreos 12 | Amós 6 | Lucas 1:39–80 |
Aunque la mayor parte de 1 Crónicas sigue la historia de David, los diez primeros capítulos se remontan a épocas muy anteriores a David y a épocas muy posteriores a su muerte. Por tanto, en 1 Crónicas 9 y 10 leemos la genealogía de los exiliados de Judá que regresan de Babilonia tras el fin de la dinastía davídica, así como la historia de Saúl, que precede inmediatamente a David en el trono de Israel. Hoy analizaremos dos puntos principales que el escritor destaca en estos relatos.
En primer lugar, el autor de las Crónicas quiere llamar nuestra atención sobre la falta de fe que existió de principio a fin durante el reinado de los reyes de Israel y Judá. Por eso, en 1 Crónicas 9:1, leemos lo siguiente: “Y los de Judá fueron transportados a Babilonia por su rebelión”. Y luego, al final del breve relato de la vida de Saúl en 1 Crónicas 10:13, leemos palabras muy similares: “Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová”. En otras palabras, los mismos problemas que descalificaron a Saúl fueron también los problemas que finalmente descalificaron al pueblo de Judá para permanecer en la Tierra Prometida.
En segundo lugar, al terminar esta sección de genealogías con una mirada más allá de David después del exilio y una mirada antes de David en la vida de Saúl, el Cronista presenta a David como la bisagra sobre la que pivota toda la historia del Antiguo Testamento. En 1 Crónicas, David es presentado como el epítome de los reyes fieles. Él expandirá el reino de Dios en la Tierra Prometida mediante la guerra, establecerá el tabernáculo y el arca del pacto en Jerusalén como morada permanente, y reordenará la adoración del pueblo de Jehová asignando nuevas funciones a los levitas y preparando la construcción del templo bajo Salomón. Además, aunque en 1 Crónicas 21 leeremos sobre su pecado al exigir un censo, no leeremos sobre sus otros fracasos que leemos en 1 y 2 Samuel, ni su incapacidad para disciplinar a los que le rodeaban ni su pecado con Betsabé.
El punto de todo esto, sin embargo, no es en realidad señalar a David mismo, sino más bien señalar más allá de David, al Hijo de David que vendría. Que él no sólo llevaría a su pueblo más allá de sus antiguas faltas de fe, sino que sería el cumplimiento de todas las promesas, sombras y pactos. Que él expandiría el reino de Dios a través de su vida sin pecado, muerte y resurrección; establecería un nuevo templo donde Dios moraría con su pueblo por el Espíritu Santo; y reordenaría la verdadera adoración en espíritu y en verdad. Que ese David -el Señor Jesucristo- es en sí mismo el punto de todas las leyes, historias y genealogías, no sólo del Antiguo Testamento, sino de toda la Biblia.