Lecturas Bíblicas: Día 150
Deuteronomio 3 | Salmos 85 | Isaías 31 | Apocalipsis 1
Si es trágico leer la oración de Moisés para que Jehová le conceda el derecho de entrar en la Tierra Prometida en Deuteronomio 3:23-25, es aterrador leer la rotunda negativa de Jehová a la petición de Moisés: “Pero Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo Jehová: Basta, no me hables más de este asunto” (Dt 3,26). ¿Qué debemos aprender de este pasaje sobre cómo responde Jehová a nuestras propias oraciones desesperadas?
En primer lugar, debemos reconocer que el pecado tiene consecuencias. Aunque Dios nos asegura el poder perfecto de la sangre purificadora de Jesucristo para perdonar nuestros pecados, el pecado aún puede destruir relaciones o descalificarnos de oportunidades específicas para el ministerio. En el fracaso de Moisés, debemos ver una llamada a permanecer vigilantes contra la atracción destructiva del pecado en nuestras vidas.
En segundo lugar, no debemos pasar por alto la gracia que Jehová concede a Moisés de ver la Tierra Prometida antes de morir. En Deuteronomio 3:27, leemos que Jehová ha ordenado a Moisés que contemple la Tierra Prometida desde la cima del Pisga. Aunque nuestro Padre celestial puede disciplinarnos del mismo modo que todos los padres disciplinan a sus hijos (Heb. 12:3-17), no debemos pasar por alto su gracia hacia nosotros cuando fracasamos.
En tercer lugar, debemos recordar que ninguno de nosotros es una pieza fundamental en el plan de Dios. Jehová no depende ni siquiera del gran Moisés para llevar a Israel a la Tierra Prometida. Más bien, Jehová ordena a Moisés que prepare a Israel para su próximo líder: “Encomienda a Josué, anímalo y fortalécelo, porque él irá al frente de este pueblo y lo pondrá en posesión de la tierra que tú verás” (Dt. 3:28). La llamada a nuestra vida no es a ocupar el centro del plan de Dios, sino a señalar la gloria de Jesús. Él debe crecer y nosotros menguar (Juan 3:30).
Cuando oramos con suposiciones equivocadas, haríamos bien en recordar la reflexión de Robert Law: “El poder maravilloso y sobrenatural de la oración consiste, no en hacer descender la voluntad de Dios hasta nosotros, sino en elevar nuestra voluntad hasta la suya“.1 Podemos orar con fe, sabiendo que “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” (1 Juan 5:14-15). Así pues, debemos orar con valentía y confianza -como nos instruye el autor de Hebreos, levantando nuestras manos caídas y fortaleciendo nuestras rodillas débiles (Heb. 12:12)-, pero debemos hacerlo reconociendo que Dios es Dios, y nosotros no.
¿Sobre qué cosas estás debatiéndote hoy con Dios en la oración?
Notas al pie
- Robert Law, The Tests of Life: A Study of the First Epistle of St. John, 2nd ed. (Edinburgh: T. & T. Clark, 1909), 301. ↩︎