Lecturas Bíblicas: Día 88
Éxodo 40 | Juan 19 | Proverbios 16 | Filipenses 3
Ahora que toda la construcción del tabernáculo está terminada, los pasos finales son ungir a los sacerdotes para prepararlos para ministrar ante Jehová, montar el tabernáculo y consagrar el tabernáculo para convertirlo en un lugar santo donde habite la gloria de Jehová. En Éxodo 40:1-33, leemos acerca de cada una de las cuidadosas tareas que Moisés lleva a cabo para asegurarse de que este trabajo de vital importancia se realice correctamente.
Y cuando Moisés termina el trabajo, leemos que la nube de la gloria de Jehová llena el tabernáculo hasta tal punto que ni el propio Moisés es capaz de entrar en la tienda de reunión. Téngase en cuenta que Moisés no tuvo ningún problema para acercarse a la gloria de Jehová en la anterior tienda del encuentro (Éx. 33:7-11), así que estamos ante un gran paso adelante: La gloria de Jehová ha venido a morar en medio de Israel de una manera que los seres humanos no han conocido desde el día en que Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén.
Este ha sido el propósito de todo lo que hemos leído hasta ahora. La presencia de Jehová ya no se limita a una columna de nube o de fuego que va delante de ellos, sino que su presencia en la nube ha llenado ahora el tabernáculo mismo. De hecho, Israel levantará sus tiendas para rodear el tabernáculo, con tres tribus acampando a cada lado en cualquier lugar que Jehová indique a Israel en su camino hacia la Tierra Prometida de Canaán.
Este es un arreglo glorioso, pero como hemos hablado tantas veces, este arreglo no es perfecto. El pueblo de Israel seguirá pecando, rebelándose contra el Dios que habita en medio de ellos. El problema que socavará todo este sistema es que, aunque el tabernáculo, el sacerdocio levítico y el sistema de sacrificios harán cada uno purificación para el pueblo de Dios hasta cierto grado, estos no pueden en última instancia perpetuamente limpiarnos del pecado y cambiar los corazones duros.
Por eso tuvo que venir Jesús. Puesto que la sangre de toros y machos cabríos no podía hacer la paz permanente con Jehová, éste envió a su único y amado Hijo a derramar su propia sangre en la cruz para nuestra purificación. Luego, envió a su Espíritu Santo a la Iglesia para que aplicara todo lo que Jesús había realizado por nosotros, dándonos libertad para contemplar la gloria del Señor con el rostro descubierto y siendo transformados de un grado de gloria en otro (2 Cor. 3:18).
Pero incluso este arreglo es una preparación para el peso eterno de la gloria, cuando ya no habrá necesidad de ningún tabernáculo o templo en la Nueva Jerusalén que Dios ha preparado para su pueblo, porque en ese lugar, “…el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.” (Ap. 21:22).
Y en ese lugar, la historia de la Biblia alcanzará su clímax: Dios volverá a habitar perfectamente en medio de su pueblo.