Meditación Bíblica para Éxodo 34

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Lecturas Bíblicas: Día 82
Éxodo 34 | Juan 13 | Proverbios 10 | Efesios 3

Al final del Éxodo 33, Moisés se arriesgó. Ante la amenaza de Jehová de abandonar a Israel retirando su presencia personal de entre ellos, Moisés le suplicó que subiera a la Tierra Prometida con ellos, y Jehová había accedido a la petición de Moisés (Éx. 33:17). Pero entonces, Moisés hizo otra petición mayor: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Éx. 33:18). Aunque Jehová dijo a Moisés que ningún hombre podía ver su rostro y vivir, accedió en parte a la petición de Moisés, aceptando colocarlo en la grieta de una roca para que viera la parte de su gloria extendiéndose a medida que pasaba ante él (Éx. 33:20-23).

Entonces, ¿cómo es la gloria de Jehová, el Dios vivo que creó los cielos y la tierra? Curiosamente, la descripción que se nos da del aspecto de Jehová no es visual, sino confesional. Moisés ve lo que Jehová proclama sobre su propio carácter: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Ex. 34:6-7). Lo que Moisés vio fue algo más que una luz muy brillante: fue una descripción del carácter pleno y glorioso de Jehová.

Esta visión de Jehová tuvo dos consecuencias. En primer lugar, la recompensa de revelar su gloria a Moisés fue la confirmación de que Dios había escuchado la oración de Moisés, había renunciado a su ira y había decidido renovar su pacto con Israel. En segundo lugar, este encuentro con la gloria de Jehová transformó personalmente a Moisés, de modo que su rostro resplandeció, causando temor entre el pueblo de Israel. A partir de ese momento, Moisés llevó un velo que sólo se quitaba cuando iba a hablar con Jehová en el Tabernáculo de Reunión, precursor del Tabernáculo (Éx. 34:29-34; cf. 33:7-11).

Pero por muy gran mediador que fuera Moisés al interceder para pedir a Jehová que renovara su pacto con Israel y que permaneciera en medio de ellos, Moisés seguía sin poder llevar consigo a otros israelitas a el Tabernáculo de Reunión. Hoy, nosotros también tenemos un mediador que habla cara a cara con Dios Padre, intercediendo en nuestro favor en el templo celestial: el Señor Jesucristo (Rom. 8:34). Nuestro mediador, sin embargo, ha entrado en la presencia de su Padre detrás del velo, y al hacerlo nos promete que nosotros también podemos entrar en los lugares santos de Dios junto con él.

Medita en Hebreos 10:19, 22: “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo… acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe.

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