Lecturas Bíblicas: Día 77
Éxodo 29 | Juan 8 | Proverbios 5 | Gálatas 4
En Éxodo 29, leemos sobre tres procesos distintos para preparar a los sacerdotes a ser apartados para el ministerio, cada uno con un valor teológico único e importante. Los sacerdotes debían ser lavados con agua (Éx. 29:4), ungidos con aceite (Éx. 29:7) y rociados con la sangre de un sacrificio (Éx. 29:21).
Para empezar, el lavado con agua significaba la limpieza de toda contaminación mundana1 , un proceso que subyace a la teología del bautismo en el Nuevo Testamento. Pedro es el más explícito al respecto, al sugerir en 1 Pedro 3:21 que el bautismo simboliza el lavado de la suciedad espiritual: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo“.
A continuación, es importante tener en cuenta que la unción con aceite no se limitaba únicamente a los sacerdotes, sino que era algo que también sucedía a los profetas (por ejemplo, 1 Re. 19:16) y a los reyes (por ejemplo, 1 Sam. 10:1). La unción con aceite era un símbolo del ministerio del Espíritu Santo; véase, por ejemplo, lo que sucedió inmediatamente después de que David fuera ungido con aceite como rey: “y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David” (1 Sam. 16:13). Que los sacerdotes fueran ungidos con aceite significaba que el Espíritu Santo mismo participaría activamente en la santificación de su ministerio.
En el Nuevo Testamento, se nos dice que nosotros también tenemos la unción del Espíritu Santo (1 Juan 2:20, 27). Sin embargo, nuestra unción (chrisma) está relacionada con la unción del Ungido definitivo, el christos, es decir, “el Cristo“, que es el Profeta, Sacerdote y Rey definitivo.
Por último, los sacerdotes debían ser rociados con la sangre de un sacrificio animal. En concreto, la sangre del carnero de la ordenación debía untarse en la oreja derecha del sacerdote, en el pulgar de su mano derecha y en el dedo gordo de su pie derecho. Antes de que los sacerdotes pudieran expiar los pecados de Israel, sus propios pecados tenían que ser cubiertos por la sangre de un sacrificio.
Por supuesto, el autor de Hebreos señala esto como un problema acuciante del sistema de sacrificios del Antiguo Pacto: mientras los sacerdotes deban estar tan ocupados ofreciendo sus propios sacrificios -por no hablar de lavarse a sí mismos con agua y ungirse con aceite- nunca podrán ofrecer un sacrificio definitivo y único para purificar al pueblo de Dios.
Por esta razón (entre muchas otras), vemos que el sacerdocio de Jesucristo se ejecuta sobre mejores promesas: “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios…., porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.” (Heb. 10:12, 14).
Aunque el sacerdocio del antiguo pacto era glorioso, la gloria de Jesús es mucho, mucho mejor.
Notas al pie
- Allen P. Ross, Recalling the Hope of Glory: Biblical Worship from the Garden to the New Creation (Grand Rapids, MI: Kregel, 2006), 211. ↩︎