Lecturas Bíblicas: Día 177
Deuteronomio 31 | Salmos 119:97–120 | Isaías 58 | Mateo 6
En la Abadía de Westminster, en Londres, hay un monumento de mármol grabado dedicado a John y Charles Wesley, los grandes líderes del movimiento metodista en el siglo XVIII. En la base del monumento están las palabras de Charles: “Dios entierra a sus obreros, pero continúa su obra“. En Deuteronomio 31, nos acercamos rápidamente al entierro de uno de los más grandes obreros de Dios, Moisés, y empezamos a ver cómo Dios continuará su obra.
A Moisés no se le permite entrar en la Tierra Prometida por no haber defendido la santidad de Jehová en Meriba (Núm. 20:10-13), a pesar de que había sacado a Israel de Egipto y lo había conducido por el desierto durante cuarenta años. En su lugar, Jehová encarga aquí a Josué que asuma el liderazgo de Israel y lo introduzca en la tierra (Dt. 31:14-15, 23), ya que Josué había sido el fiel siervo de Moisés y había sido uno de los dos espías que creyeron que Jehová daría la tierra de Canaán a Israel (Nm. 14:6-9). Así que, en este momento, Moisés sólo puede preparar al pueblo que entrará en la Tierra Prometida sin él.
Este es un tema que aparecerá una y otra vez a lo largo del Antiguo Testamento: que ningún líder del pueblo de Dios puede traer una salvación total y duradera. Moisés hace mucho más que nadie antes que él para pastorear a Israel sacándolo de Egipto, cruzando el Mar Rojo y adentrándose en el desierto, pero ni siquiera a él se le permite entrar en la herencia de Israel.
Después de él, Josué conducirá a Israel a la conquista completa de Canaán, de modo que al final de su vida puede afirmar que “ni una palabra ha faltado de todas las cosas buenas que Jehová tu Dios prometió acerca de ti” (Jos. 23:14), pero después de su muerte, Israel cae rápidamente en la idolatría y el pecado. Más tarde, el rey David trae la paz a Israel al derrotar a todos sus enemigos, pero no se le permite construir el templo. El hijo de David, Salomón, construye el templo, pero él mismo cae en la idolatría a causa de sus muchas esposas extranjeras.
Así pues, todo el Antiguo Testamento apunta con anhelo a un salvador capaz de traer la salvación total y duradera al pueblo de Dios. Sólo Jesús cumplió su misión sin tropezar en ningún momento, y sólo Jesús pudo decir al final de su vida: “Consumado es” (Jn 19,30). Pero incluso ahora, los que vivimos a este lado de la venida de Jesús debemos esperar a que vuelva para entrar en nuestra herencia eterna.
Hasta entonces, Dios seguirá enterrando a sus obreros, pero continuando su obra.