Lecturas Bíblicas: Día 175
Deuteronomio 29 | Salmos 119:49–72 | Isaías 56 | Mateo 4
En Deuteronomio 29-30, Moisés renueva el pacto de Israel con Jehová por última vez antes de su muerte. En primer lugar, al igual que había hecho al principio del Deuteronomio, Moisés relata las misericordiosas disposiciones de Jehová a lo largo de la historia de Israel en Deuteronomio 29:2-9. Este prólogo histórico establece el contexto del pacto de Jehová recordando una vez más a Israel que la gracia -no la ley- fue lo primero.
En segundo lugar, Moisés señala la plenitud de la congregación que está ante él: “Vosotros todos estáis hoy en presencia de Jehová vuestro Dios; los cabezas de vuestras tribus, vuestros ancianos y vuestros oficiales, todos los varones de Israel; vuestros niños, vuestras mujeres, y tus extranjeros que habitan en medio de tu campamento…” (Deut. 29:10-11). Nadie quedaba excluido de este pacto, por lo que sería responsabilidad de todos vigilar atentamente a cualquier tribu o incluso a cualquier persona cuyo corazón empezara a desviarse de la adoración a Jehová para adorar a otros dioses ( Deut. 29:18). Tales personas eran raíces amargas cuya influencia daría frutos venenosos para la nación de Israel ( Deut. 29:18), llevando a toda la nación a las maldiciones del pacto ( Deut. 29:20-28).
En tercer lugar, el pacto de Jehová se extendió más allá de esa primera generación. Moisés explica: “Y no solamente con vosotros hago yo este pacto y este juramento, sino con los que están aquí presentes hoy con nosotros delante de Jehová nuestro Dios, y con los que no están aquí hoy con nosotros.” ( Deut. 29:14-15). Del mismo modo que aquella generación heredaba las promesas del pacto que Jehová había jurado a sus padres ( Deut. 29:13), las generaciones posteriores también heredarían el pacto.
La noche en que Jesús fue traicionado, oró algo parecido pidiendo a su Padre que bendijera no sólo a sus discípulos, sino también a las generaciones futuras: “No pido sólo por éstos, sino también por los que crean en mí por medio de su palabra” (Jn 17:20). El pacto que establecía mediante su cuerpo quebrantado y su sangre derramada no era sólo para sus discípulos, sino también para las generaciones posteriores que creyeran en Él a través de los testimonios oculares de su crucifixión, muerte, resurrección y ascensión.
Transmitir el pacto de Dios a nuestros hijos es quizá nuestra tarea más urgente en este mundo. Aunque sabemos que Jesús ha asumido las maldiciones de nuestro pacto para que podamos recibir las bendiciones de su pacto, no es menos cierto que cualquiera que desprecie el pacto de Dios despreciando al Hijo de Dios se enfrentará a un castigo más severo (Heb. 10:26-31).
Velemos, pues, entre nosotros y entre los que nos rodean, exhortando a todo el que diga en su corazón: “Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón“, ya que “Esto llevará a destruir la tierra regada junto con la seca” (Deut. 29:19). Que Dios tenga misericordia de nosotros y de nuestros hijos por su Hijo Jesucristo.