Lecturas Bíblicas: Día 172
Deuteronomio 26 | Salmos 117–118 | Isaías 53 | Mateo 1
Para el pueblo de Dios, dar nunca debe ser una tarea agobiante. Deuteronomio 26 nos enseña por qué debemos dar, utilizando dos acontecimientos que debían suceder cuando Israel tomó posesión de la Tierra Prometida: la ofrenda de las primicias (Deut. 26:1-11) y el diezmo del tercer año (Deut. 26:12-15).11
En primer lugar, al trasladarse a la tierra -una tierra que venía previamente poblada de viñedos y olivos que Israel no había plantado (Dt. 6:11)-, Jehová ordenó a Israel que no comiera de la cosecha del primer año. En su lugar, debían ofrecer como diezmo las primicias de la tierra que Jehová les había concedido por su gracia y misericordia gratuitas.
Cuando Israel llevara su ofrenda al lugar que Jehová escogiera, debía repetir la historia de cómo Jehová los había traído a esta buena tierra, una historia que concluía con esta frase: “Y he aquí que ahora traigo lo primero del fruto de la tierra que tú, Jehová, me has dado” ( Deut. 26:10).
En segundo lugar, al final de cada tercer año, Jehová había ordenado a Israel dar generosamente a los pobres de su entorno -es decir, al forastero, al huérfano y a la viuda-, así como a los levitas, que no recibían herencia propia (Deut. 26:12). Moisés ya había explicado antes este requisito en Deuteronomio 14:28-29, pero aquí añade otra liturgia para repetir durante ese diezmo, en la que el adorador juraría que había obedecido toda la voz de Jehová con respecto a su diezmo (Deut. 26:13-14). Luego, el adorador oraba, pidiendo a Jehová que bendijera a su pueblo Israel (Deut. 26:15).
Estas dos ceremonias ilustran dos principios en torno a nuestras ofrendas. El primero nos recuerda que todo lo que recibimos nos viene como un don de la mano de nuestro bondadoso Dios, un principio subrayado en Santiago 1:17: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación“. El segundo nos remite a nuestra vocación, a que quienes hemos sido bendecidos debemos ser una bendición para los demás. Como nos recordó Jesús: “de gracia recibisteis, dad de gracia.” ( Mateo 10:8).
¿Cómo afrontas el hecho de dar? ¿Con alegría, gratitud y un sentido de vocación al transmitir libremente lo que has recibido gratuitamente, o a regañadientes?
La manera de cambiar tu corazón no es amontonar sobre ti más leyes, deberes y vergüenza, sino predicarte a ti mismo la historia mientras das, especialmente porque tenemos una historia aún mayor que la de Israel: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” (2 Cor. 8:9).
Notas al pie
- P. C. Craigie, The Book of Deuteronomy, NICOT (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Publishing Company, 1976), 318–24. ↩︎