Lecturas Bíblicas: Día 182
Josué 3 | Salmos 126, 127 & 128 | Isaías 63 | Mateo 11
Quizá la principal dificultad de la vida cristiana es que no siempre se nos dan instrucciones claras sobre adónde ir, e incluso cuando sabemos lo que debemos hacer, no siempre está claro cuáles serán las consecuencias si obedecemos. La situación era la misma para los israelitas en Josué 3, mientras la recompensa de la Tierra Prometida se alzaba ante ellos, los riesgos también se cernían imponentes.
En primer lugar, Israel necesita saber adónde debe ir, pues “no ha pasado antes por este camino” (Jos. 3:4). Josué es consciente de ello, por lo que envía oficiales por el campamento de Israel, dándoles instrucciones para que sigan el arca de la alianza. El pueblo no debía acercarse al arca de la alianza, pero debía mirarla como guía al entrar en la Tierra Prometida.
Al ordenar a Israel que siguiera el arca de la alianza, Josué estaba enseñando a su pueblo algo significativo. El arca de la alianza representaba la presencia de Jehová en la tierra. Era donde Israel guardaba los Diez Mandamientos ( el pacto escrito de Dios con su pueblo), y era el lugar donde el sumo sacerdote rociaba sangre una vez al año en el Día de la Expiación. Con esto, Josué estaba enseñando a su pueblo que Dios mismo los guiaría, según los términos de su pacto.
En segundo lugar, Israel necesitaba saber cómo debía entrar en la Tierra Prometida. Específicamente, tenían que aprender a caminar por fe y no por vista. Cuando Moisés partió el Mar Rojo, había sido él quien confió en que Jehová liberaría a su pueblo. Pero ahora que Moisés ya no está, esa responsabilidad pasa a los sacerdotes. Josué dice a los sacerdotes lo que tienen que hacer, pero las aguas no dejan de fluir hasta que “las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el arca de Jehová, Señor de toda la tierra, reposan sobre las aguas del Jordán” (Jos. 3:13).
Aunque ya no miramos al arca de la alianza para dirigir nuestros pasos, esta historia nos recuerda la centralidad del pacto escrito de Dios con nosotros en su palabra, un pacto inaugurado por la sangre rociada del propio Jesucristo. Aunque Jesucristo esté sentado a la diestra de su Padre y no nos guíe físicamente, debemos, no obstante, mirarle por la fe para que guíe nuestros pasos.
Pero, además, a menudo no vemos exactamente hacia dónde nos conduce Jesús hasta que damos un paso de fe. Los sacerdotes tuvieron que meterse en el caudaloso río antes de que Dios lo secara, y Jesús a menudo no nos muestra cómo nos proveerá hasta que nuestros pies se mojan y se hunden en el río caudaloso. Es en ese momento cuando Dios provee, y a menudo no antes.
¿Adónde te pide Jesús que vayas hoy para obedecerle?