Lecturas Bíblicas: Día 47
Génesis 49 | Lucas 2 | Job 15 | 1 Corintios 3
Génesis 49 recoge las últimas palabras de Jacob antes de que el patriarca sea reunido con su familia en la muerte, enterrado en la misma cueva que Abraham y Sara, sus abuelos, Isaac y Rebeca, sus padres, y Lea, su esposa (Gen. 49:29-33). El grueso de Génesis 49, sin embargo, se centra en la bendición que Jacob da a cada uno de sus hijos en los versículos 1 a 27.
Ahora bien, recordemos que este tipo de bendición en su lecho de muerte es algo más que amables deseos para el futuro éxito de sus hijos. Cuando Isaac bendijo a Jacob en lugar de a Esaú, como había previsto en Génesis 27, a Isaac no le quedó ninguna bendición de valor para Esaú. Estas son declaraciones proféticas reales de los hombres con los que Dios había hecho su pacto, y la promesa más importante viene para el hijo de Jacob, Judá.
He aquí el versículo crucial de lo que Jacob dice acerca de Judá: “No será quitado el cetro de Judá, Ni el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Siloh; Y a él se congregarán los pueblos.” (Gen. 49:10). Este vívido versículo transmite una misma idea de muchas maneras: de Judá, Dios acabaría levantando reyes, y el cetro nunca se apartará de estos reyes del linaje de Judá. Alguien del linaje de Judá reinará como rey, y no sólo gobernará sobre sus hermanos (Gen 49:8), sino que Judá incluso mandará “la obediencia de los pueblos“, es decir, de los pueblos de todo el mundo.
Durante mucho tiempo después de esta escena, Israel no tendrá rey alguno. Dios mismo gobernará a su pueblo directamente, primero a través del liderazgo de Moisés, luego a través del liderazgo de Josué, el ayudante de Moisés, y finalmente a través del liderazgo de varios jueces. Hasta 1 Samuel no veremos ningún tipo de rey reinando sobre Israel y, curiosamente, el primer rey, Saúl, no procede del linaje de Judá, sino de la tribu de Benjamín (1 Samuel 9).
Pero Dios acabará rechazando a Saúl y, en su lugar, elegirá a un muchacho llamado David, de la tribu de Judá, para ungirlo como rey (1 Sam. 16). Y a David, Dios le hará esta promesa: “Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino.” (2 Sam. 7, 12-13).
Por consiguiente, cuando Jesucristo resucitó de entre los muertos con gloria, fue exaltado y se le concedió un reino eterno, para recibir gloria y honor y alabanza para siempre, no sólo de Israel, sino de todos los pueblos.
Y de este modo Jesús se convirtió en el León de la tribu de Judá que ha vencido (Ap. 5:5), tal como Jacob había profetizado.