Lecturas Bíblicas: Día 21
Génesis 22 | Mateo 21 | Nehemías 11 | Hechos 21
A pesar de toda la larga espera y de la extraordinaria fe que Abraham tuvo que ejercer mientras esperaba la llegada de Isaac, Dios pone a prueba la fe de Abraham de una manera aún mayor en Génesis 22 al pedirle que sacrifique a Isaac en una montaña de Moriah. Sorprendentemente, leemos que Abraham ató a su hijo Isaac en lo alto del altar, pero justo cuando cogió su cuchillo para sacrificar a su hijo, Dios impidió que le hiciera daño. La prueba había terminado. Abraham estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por Dios, incluso sacrificar a su propio hijo amado.
¿Por qué le pediría Dios esto a Abraham? Para responder a esta pregunta, escucha la promesa de Dios a Abraham en Génesis 22:16-18: “Por mí mismo he jurado, declara Jehová, que por cuanto has hecho esto y no has retenido a tu hijo, tu único hijo, ciertamente te bendeciré….Y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos, y en tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.” Todo en este relato nos remite a la simiente prometida: la simiente de la mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente (Gen. 3:15), redimiendo a la creación de la maldición del pecado y la muerte.
En última instancia, vemos en este pasaje una sombra de lo que Dios haría por nosotros en Jesucristo. A diferencia del modo en que Dios libró al hijo de Abraham, Dios no escatimó a su propio Hijo. Jesucristo fue ofrecido como sacrificio, y Dios no envió un ángel para detener las manos de los soldados romanos que lo golpearon, clavaron sus manos y sus pies en la cruz, y lo dejaron colgando allí hasta que murió. Mientras que Dios no abandonó a Isaac, sí lo hizo con su propio Hijo en la cruz, dejándolo a merced de la ira y los poderes del infierno.
Y aunque Dios dio un sacrificio sustituto para que Isaac no tuviera que morir, no proveyó tal sustituto para salvar a su propio Hijo. De hecho, Jesús fue el sustituto, muriendo en la cruz en nuestro lugar por nuestros pecados.
Pero mientras Isaac fue restaurado a la vida al ser librado de la muerte, algo más grande sucedió con el Hijo de Dios. Jesús fue a la tumba durante tres días, pero al tercer día, Dios levantó a su Hijo Jesús de entre los muertos, resucitándolo a la vida y dándole la victoria eterna sobre el pecado y la muerte. En otras palabras, Jesús tomó posesión de la puerta de su enemigo Satanás, tal como había sido anunciado en Génesis 22:17.
Y debido a la muerte y resurrección de Jesús, todas las naciones de la tierra son bendecidas ( Gen. 22:18). Tú y yo participamos de las bendiciones de Abraham porque Jesucristo, el Isaac definitivo y la verdadera descendencia de Abraham, murió y resucitó.
Estas son las buenas nuevas del evangelio de Jesús, declaradas con miles de años de antelación, a través de Isaac.