Lecturas Bíblicas: Día 18
Génesis 19 | Mateo 18 | Nehemías 8 | Hechos 18
Lot es un ejemplo fascinante de alguien que no ama la justicia de Dios, pero que tampoco aprueba la maldad del mundo. Hay una extraña ironía en el hecho de que Lot haya sido cautivado por Sodoma -tan cautivado como para elegir de forma egoísta dicha región cuando Abram le dio a elegir a dónde trasladar a su familia, sus siervos y sus rebaños (Gen. 13:8-13)- y que a su vez esté absolutamente horrorizado por la pecaminosidad de la ciudad hasta el punto de suplicarle a los dos ángeles que se queden con él durante la noche, y cuando los hombres de Sodoma vienen a violar a los ángeles, Lot les ruega que no hagan daño a sus invitados, incluso ofreciendo a sus propias hijas para garantizar la seguridad de los ángeles.
Pero, extrañamente, cuando llega el momento de partir, Lot se resiste a percibir la gravedad de la situación. Génesis 19:16 retrata vívidamente su vacilación: inmediatamente después de que los ángeles instaran a Lot y a su familia a huir de Sodoma antes de que el juicio de Dios se derramara sobre la ciudad, leemos lo siguiente: “Y deteniéndose él, los varones asieron de su mano, y de la mano de su mujer y de las manos de sus dos hijas, según la misericordia de Jehová para con él; y lo sacaron y lo pusieron fuera de la ciudad.” Lot no se atreve a marcharse, así que los ángeles tienen que sacarlo a la fuerza (pero misericordiosamente) del camino de la ira de Jehová.
Lot parece un tonto, ¿verdad? Peor aún, la esposa de Lot está tan afligida por el destino de la ciudad que no puede evitar mirar hacia atrás (en contra del mandamiento de los ángeles), por lo que se convierte en una estatua de sal. ¿Por qué se quedaría Lot en la ciudad? ¿Por qué la mujer de Lot miraría hacia atrás?
La respuesta es sencilla: amaban a Sodoma. Como creyentes se les impidió participar plenamente en la maldad de la ciudad, pero con el paso del tiempo, se sintieron cómodos con su maldad. Después de un tiempo, llegaron a desear a Sodoma más de lo que deseaban a Dios y su justicia. Sólo a través de una misericordia severa y contundente pudo Dios sacarlos del juicio que había ordenado contra Sodoma.
Esta historia debería hacernos evaluar cuánto amamos al mundo. ¿Nos hemos acomodado a la maldad del mundo porque amamos su entretenimiento, riqueza, poder y placer?
La única cura contra el amor al mundo es aprender a amar a Dios más de lo que amamos lo que el mundo nos ofrece. No podemos dejar de amar al mundo sin más, sino que tenemos que cultivar un amor por Dios y su justicia lo suficientemente fuerte como para eclipsar nuestro amor por el mundo, igual que la ardiente luz del sol ahoga la pálida luz de la luna.
¿Qué te parecería hoy cultivar el amor a la justicia de Dios? ¿Qué significaría saciar tu hambre dándote un festín con Jesús en vez de comer comida podrida que te ofrece el mundo? .