Lecturas Bíblicas: Día 219
Jueces 21 | Hechos 25 | Jeremías 35 | Salmos 7–8
En Jueces 21, descubrimos que las once tribus de Israel habían hecho un juramento entre ellas, diciendo: “Maldito el que diere mujer a los benjamitas” (Jueces 21:18). Rápidamente, sin embargo, Israel reconoce que su precipitado juramento creaba un terrible problema: sin esposas, una tribu entera sería borrada de entre Israel. En el último capítulo de Jueces, vemos cómo Israel recurre una vez más a su propia sabiduría para crear sus propias soluciones, con el resultado de agravar sus problemas en lugar de resolverlos (una vez más).
El libro de los Jueces registra un patrón de juramentos precipitados. Vimos a Jefté hacer un voto temerario en Jueces 11, prometiendo sacrificar lo primero que lo recibiera en su casa si Dios le daba la victoria en la batalla, un voto que lo obligó a sacrificar a su única hija. Y aquí, en Jueces 21, vemos a Israel hacer no uno, sino dos votos insensatos. Israel también jura dar muerte a quien no se alce con ellos contra Benjamín (Jue. 21:5). Cuando descubren que la gente de Jabes de Galaad no ha venido, Israel se decide por una solución que cumpliría ambos votos: asesinan a todos los hombres y a las mujeres casadas de Jabes de Galaad y entregan las 400 vírgenes restantes a la tribu de Benjamín como esposas (Jue. 21:12). Además, deciden secuestrar a las vírgenes israelitas que bailaron en la fiesta de Jehová en Silo para conseguir las esposas que les faltan (Jue. 21:19-24). Una vez realizada esta hazaña, cada israelita regresa a su hogar, satisfecho por el trabajo realizado (Jue. 21:24).
Pero el libro de los Jueces añade una última palabra para guiar nuestra interpretación de estos acontecimientos en Jueces 21:25: “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía“. En todo momento a lo largo del libro de Jueces, el pueblo de Israel había abandonado a Jehová para hacer lo que era correcto a sus propios ojos, que es exactamente lo que hacen en el caso de esta “solución” aquí en Jueces 21. El pecado engendra pecado, y cuanto más se hundía Israel en sus idolatrías, a más pecado tenía que recurrir en sus intentos de resolver sus problemas.
Escucha la palabra de Jehová: el pecado te destruirá. El pecado te llevará poco a poco, paso a paso, a la trampa de la muerte. Por eso Jehová envió a su Hijo al mundo: para salvar a los pecadores. Donde nosotros habíamos elegido el pecado que lleva a la muerte, Jesús eligió someterse a la muerte para anular el poder del pecado. Arrepiéntete de hacer lo que es justo a tus propios ojos y cree en el Señor Jesucristo, para que seas salvo.
“Escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deut. 30:19).