Lecturas Bíblicas: Día 237
1 Samuel 17 | Romanos 15 | Lamentaciones 2 | Salmos 33
La historia de David y Goliat es una de las más conocidas de la Biblia, y con razón. Mientras toda la nación de Israel temblaba ante las estruendosas burlas del gigante filisteo llamado Goliat, el hijo menor de Isaí llega al campo de batalla y rápidamente se ofrece como voluntario para luchar como campeón de Israel. David se enfrenta a la oposición de su hermano (1 Sam. 17:28), de Saúl (1 Sam. 17:33) y, sobre todo, de Goliat (1 Sam. 17:43), pero al final David sale victorioso. Esta historia tiene mucho que enseñarnos sobre la vida cristiana.
En primer lugar, David no se deja engañar por la apariencia externa de Goliat, sino que ve la situación correctamente: “Porque ¿quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” (1 Sam. 17:26). Dios había elegido a David no por su fuerza física o su tamaño, sino por las realidades espirituales de su corazón (1 Sam. 16:7). Aquí, David mira la situación de la misma manera, reconociendo que el poder espiritual del Dios vivo supera con creces el poder físico de este filisteo incircunciso. Cuando nos enfrentamos a la oposición y la persecución por nuestra fe -incluso de personas que parecen tener un poder extraordinario- debemos recordar las realidades espirituales de la situación.
En segundo lugar, así como David no evalúa la amenaza de Goliat según las apariencias, tampoco se apoya en la armadura que, según las apariencias, le daría la mayor oportunidad de victoria. No ha probado la armadura de Saúl, así que rechaza usarla (1 Sam. 17:39). En lugar de ello, confía en la armadura que ha probado muchas veces en el pasado: la armadura de Dios. David ha aprendido a confiar en Dios mientras protegía a las ovejas que tenía a su cuidado de los ataques de animales feroces (1 Sam. 17:34-37), así que sale con confianza contra Goliat, insistiendo a Goliat en que “de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos.” (1 Sam. 17:47).
En tercer lugar, y lo que es más importante, el verdadero valor de esta historia no viene como ejemplo a seguir, sino como sombra de otro campeón que Dios enviaría a este mundo para proteger a su pueblo. Nuestro mayor problema no es ningún filisteo incircunciso de nuestra época, sino la maldición del pecado, la muerte y el diablo, y más aún, la ira de Dios contra nosotros a causa de nuestra propia culpa ante él. Esta historia no nos enseña a intentar ser David contra nuestro propio Goliat, sino a confiar en el Hijo de David, que fue a la cruz para matar a nuestros grandes enemigos, así como para reconciliarnos con el Padre tomando sobre sí la ira de Dios en nuestro lugar.
Un campeón salió a la batalla por ti, y confiando en su victoria, encontrarás la salvación.