Lecturas Bíblicas: Día 316
2 Reyes 25 | Hebreos 7 | Amos 1 | Salmos 144
En 2 Reyes 24, leemos sobre el comienzo de la cautividad de Judá a manos de los babilonios. El capítulo termina con esta frase: “Y Sedequías se rebeló contra el rey de Babilonia” (2 Reyes 24:20), es decir, se negó a seguir pagando tributo a Babilonia. En la lectura de hoy de 2 Reyes 25, leemos acerca de la devastación que Jehová sigue infligiendo fielmente a su pueblo, junto con el atisbo de esperanza del evangelio que nos ofrece este pasaje.
Nabucodonosor trae una destrucción rápida y repentina en respuesta a la rebelión de Sedequías. Los babilonios asedian Jerusalén, masacran a los hijos de Sedequías, derriban los muros de Jerusalén, saquean el templo de los metales preciosos que quedaban y luego lo queman hasta los cimientos (2 Re 25,1-17). Sin embargo, la historia no termina con la aniquilación total del pueblo de Jehová. Más bien, el libro de 2 Reyes termina con un breve informe sobre Joaquín, el malvado rey que Nabucodonosor se llevó a Babilonia durante la segunda deportación de Judá (2 Re 24:8-17). A pesar de su incredulidad y dureza de corazón, no podemos olvidar que Joaquín es un rey legítimo de Judá en la línea del mismo David. Por eso, cuando leemos que Joaquín es liberado de la cárcel y que recibe alimentos de la mesa de Nabucodonosor al final de 2 Reyes 25, aprendemos algo fundamental: Jehová no ha abandonado sus promesas de pacto a David. Jehová había prometido que a David nunca le faltaría un hombre de su propio cuerpo para sentarse en el trono de Israel, y aquí Jehová preserva la vida de este heredero de David incluso en el exilio.
El valor real de esta preservación de la línea de David se hace evidente con algunas de las primeras palabras del Nuevo Testamento. Allí descubrimos que Jeconías (otro nombre de Joaquín) es el antepasado del propio Jesús (Mt. 1:11-12). Ayer vimos cómo la fidelidad de Jehová significaba que enviaría a su pueblo al exilio si desobedecía, tal como había prometido. Pero también vemos que Jehová cumple fielmente sus promesas de mostrar la misericordia del pacto a su pueblo preservando el linaje de David a través de este exilio. Y a través de este linaje, Jehová acabaría levantando a su propio Hijo para liberar a su pueblo de su más profunda esclavitud, no de los babilonios, los medos o los persas, ni siquiera de los romanos, sino de la tiranía del pecado, la muerte y el diablo.
A pesar de la naturaleza tortuosa y descarriada de los pecadores israelitas, Jehová traza un camino historia tras historia, generación tras generación, hacia la venida de su Hijo. Ningún sufrimiento, derrota o desánimo puede apartar a Jehová de sus planes y decretos eternos: ni el exilio de Babilonia, ni la crucifixión, ni siquiera los desafíos con que nos enfrentamos hoy.
La pregunta, entonces, es la siguiente: si los planes y propósitos de Dios son eternos, ¿le confías la incertidumbre de tu propia vida?