Lecturas Bíblicas: Día 261
2 Samuel 14 | 2 Corintios 7 | Ezequiel 21 | Salmos 68
Al permitir que Absalón regrese a Jerusalén, David, como veremos, comete un error catastrófico, un error tan grave que acabará poniendo en peligro todo el reino e incluso su vida. El problema no es tanto que Absalón regrese, sino que David hace regresar a Absalón sin exigir su arrepentimiento ni siquiera un plan para guiar su crecimiento espiritual. A causa de estos errores, Absalón regresa totalmente sin cambios, preparando la sangrienta y traicionera historia que se desarrollará en los próximos días de lecturas. En la meditación de hoy, examinaremos cómo David pudo cometer un error tan desastroso.
En primer lugar, David permite que Joab manipule sus emociones. Así como Natán captó la imaginación de David mediante una parábola para confrontarlo por su pecado, ahora Joab utiliza una parábola, dicha a través de una mujer que finge ser viuda, para manipular a David a fin de que traiga de vuelta a Absalón (2 Sam. 14:1-21). Pero durante los dos años siguientes, David se niega a ver a Absalón, a pesar de que éste ha regresado a vivir a Jerusalén (2 Sam. 14:24, 28).
En segundo lugar, David no reconoce varias señales de alarma que sugieren que Absalón no ha cambiado en lo más mínimo. Absalón quema el campo de Joab para llamar la atención de éste (2 Sam. 14:28-32), pero en lugar de ser disciplinado por este acto imprudente y tonto, Absalón consigue exactamente lo que quiere: una audiencia con su padre. Luego, David procede a perdonar a Absalón sin exigirle que cambie (2 Sam. 14:33). En todo esto, David se niega tontamente a confrontar a su hijo-y, como veremos mañana, las consecuencias por no disciplinar a Absalón serán nefastas para David.
No es raro que nosotros también tengamos miedo del duro trabajo de la disciplina. Enfrentar y disciplinar el pecado de los que nos rodean es un trabajo difícil, incómodo y sucio. Sin embargo, el Evangelio nos da todos los recursos que necesitamos para enfrentarnos al pecado como es debido. El Evangelio insiste tanto en que somos pecadores como en que, a pesar de ello, Jesús nos amó lo suficiente como para morir por nosotros. Además, el Evangelio anuncia que todo aquel que acuda a Jesús por la fe recibirá el don del Espíritu Santo para iniciar el proceso de cambio.
Lo que esto significa es que en la comunidad cristiana no nos limitamos a esconder el pecado bajo la alfombra y esperar lo mejor de las personas. Por el contrario, el Evangelio nos obliga a abordar el pecado en nuestra comunidad con rigor y con gracia, negándonos a permitir que las personas permanezcan sin transformación, sino asumiendo el mandato de Jesús de pastorear a las personas por el bien de sus almas, la gloria de Cristo y el bien de la Iglesia. Esta historia es una advertencia para nosotros: si hoy no disciplinamos a un Absalón, mañana cosecharemos los amargos frutos de nuestra negligencia.