Lecturas Bíblicas: Día 240
1 Samuel 20 | 1 Corintios 2 | Lamentaciones 5 | Salmos 36
A pesar de que la historia de Saúl es trágica, al narrar el lento descenso de un hombre que parecía comenzar tan bien su reinado, el legado de Saúl incluye, sin embargo, un punto muy brillante: su hijo Jonatán. La vida de Jonatán, sin embargo, también implica tragedia, ya que los pecados del padre de Jonatán, Saúl, han significado que el propio Jonatán nunca llegaría a ser rey sobre Israel. No obstante, la profunda humildad e integridad de Jonatán le llevan a prometer con entusiasmo a David todo el apoyo que puede ofrecerle aquí, en 1 Samuel 20.
Los antecedentes fundamentales para entender la amistad entre David y Jonatán se encuentran en 1 Samuel 18, donde leemos por primera vez que David y Jonatán se amaban con la más profunda amistad, de modo que sus almas estaban unidas (1 Sam. 18:1). Allí, encontramos que Jonatán, a pesar de ser el príncipe de Israel y el heredero aparente al trono de Israel, de todos modos juró un pacto con David por su profundo amor por su amigo (1 Sam. 18:3).
Aquí, en 1 Samuel 20, los dos amigos no sólo renuevan su pacto (1 Sam. 20:16), sino que Jonatán se compromete a proteger a David de la ira de Saúl una vez más. Lo interesante, sin embargo, es que Jonatán exige a cambio que David se comprometa a proteger la casa de Jonatán (es decir, su familia) en caso de que éste muera. Jonatán parece entender que para que David se convierta en el próximo rey, es posible que él muera. Esto no es motivo de amargura para Jonatán, sino de alegría, de modo que Jonatán ora: “¡Que el Señor pida cuentas de esto a tus enemigos!” (1 Sam. 20:16 – NVI) cuando hace su pacto con David.
Para nosotros es obvio que la historia de David prefigura la historia de Jesús, puesto que Jesús es el Hijo de David y puesto que el Nuevo Testamento establece explícitamente muchas comparaciones entre los acontecimientos de la vida de David y los de la de Jesús. Pero no debemos permitir que David eclipse la gloria de Jonatán al prefigurar también a Jesús. En Jonatán, vemos a un príncipe dispuesto a morir para mantener el pacto que Dios ha jurado a David y para proteger a David de la ira de su propio padre, y todo esto sucede a pesar de que Jonatán es el heredero legítimo del trono de Israel. En Jonatán, pues, vemos un nivel de humildad fuera de lo común, la misma clase de humildad modelada por el propio Jesucristo, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo… haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).
Por tanto, tengamos entre nosotros la misma mente -es decir, la misma mente de humildad modelada por Jonatán y, en última instancia, por el propio Jesús-, mirando no por nuestros propios intereses, sino por los intereses de los demás (Fil. 2:4).