Lecturas Bíblicas: Día 241
1 Samuel 21–22 | 1 Corintios 3 | Ezequiel 1 | Salmos 37
En 1 Samuel 21-22, David se encuentra en el centro de tres grandes dilemas éticos. En primer lugar, David miente a los sacerdotes de Nob (1 Samuel 21:2) y, en segundo lugar, miente a Aquis, rey de Gat, fingiendo estar loco (1 Samuel 21:13). En tercer lugar, David come el pan sagrado, prohibido a los que no son sacerdotes (1 Sam. 21:4-6). Resulta que Jesús mismo aborda específicamente el tercer dilema, y al estudiar las palabras de Jesús, encontramos ayuda para evaluar el primer y el segundo dilema.
Curiosamente, Jesús elogia a David por comer el pan sagrado, y cita esta historia para defender a sus propios discípulos cuando tuvieron el hambre suficiente para arrancar espigas el día de reposo (Mt. 12:1-8; Mc. 2:23-28; Lc. 6:1-5). Jesús recalca que las leyes que protegen el pan sagrado tienen menos prioridad que las leyes que protegen a los seres humanos. Por tanto, si alguien tiene hambre, está bien darle pan, aunque el único pan disponible sea el pan sagrado.
Esta idea nos ayuda a entender mejor las mentiras de David, ya que ambas protegen a la gente que está con él de la ira asesina de Saúl. El noveno mandamiento no es “No mentirás“, sino “No levantarás falso testimonio contra tu prójimo” (Ex. 20:16). En consecuencia, vemos a las parteras de Israel en Egipto elogiadas por Dios mismo por mentir para proteger a los niños hebreos varones (Ex. 1:18-21), y vemos a Rahab salvada por mentir para proteger a los espías israelitas (Jos. 2:2-5, 14). El propio David no se arrepiente aquí de haber mentido a los sacerdotes de Nob, pero sí lamenta que su presencia haya causado sus muertes (1 Sam. 22:22).
El principio parece ser que el pueblo de Dios tiene la obligación, ante todo, de proteger la vida de los inocentes. Así, por ejemplo, deberíamos aplaudir a las personas que protegieron a los judíos en la Alemania nazi, aunque tuvieran que mentir para hacerlo. Al mismo tiempo, nunca deberíamos sentirnos justificados por decir mentiras piadosas por conveniencia, o por decir mentiras para protegernos de los problemas, y especialmente de los problemas que surgen de nuestro propio pecado.
En última instancia, esto significa que nuestras vidas deben caracterizarse por el amor a los demás -no por la preocupación por la supervivencia o la comodidad- y nuestras palabras deben reflejar ese amor. Es decir, debemos proteger a nuestros prójimos con nuestras palabras, como mínimo absteniéndonos de dar falso testimonio contra ellos, pero sobre todo con una compasión abnegada. Recuerda que incluso cuando Jesús hubiera podido usar sus palabras para protegerse de la cruz, se negó a hacerlo para dar su vida por nosotros. Hay momentos para proteger y momentos para sufrir, y necesitamos que la palabra de Dios y el Espíritu de Dios nos den la sabiduría para saber la diferencia.