No es porque merezcamos la bondad de Dios por lo que seguimos recibiendo la bondadosa provisión de un gobernante piadoso. Más bien, es que Dios nos trata con bondad por causa del Hijo de David, Jesucristo. No importa qué pecados hayamos cometido o de qué ídolos nos rodeemos, Jesucristo está dispuesto por pura gracia a salvar a su pueblo y a preservarlo para el día en que regrese a establecer su reino en esta tierra.