Lecturas Bíblicas: Día 157
Deuteronomio 10 | Salmos 94 | Isaías 38 | Apocalipsis 8
Cuando Dios ordenó en Génesis 17 que se circuncidara a todos los varones de la familia de Abraham, nunca pretendió que la circuncisión fuera un mero acto físico. Por el contrario, la circuncisión física -el corte de la carne- siempre apuntaba a una realidad espiritual más amplia. En Deuteronomio 10, vislumbramos por primera vez el propósito global de Dios para la circuncisión.
En este pasaje, Moisés suplica a los israelitas: “Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz.” (Deut. 10:16). La circuncisión, explica Moisés, nos da una imagen de cómo es cuando se corta la terquedad de nuestros corazones. Cuando nuestros corazones están circuncidados, no sólo somos capaces de amar a Dios con todo nuestro corazón y alma (Dt 10:12-13), sino también de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, especialmente a nuestros prójimos más vulnerables: el huérfano, la viuda y el extranjero (Dt 10:18-19).
Lo fascinante de esta historia es que Moisés se dirigía a un grupo de personas que no habían sido circuncidadas físicamente. Deuteronomio es el último sermón que Moisés dirige a Israel antes de morir (Dt. 34:1-8). Bajo el sucesor de Moisés, Josué, el Señor ordena que toda la nación sea circuncidada, ya que ninguno de los nacidos durante el peregrinaje de Israel por el desierto había sido circuncidado (Jos. 5:2-9). En otras palabras, el pueblo que escuchaba el sermón de Moisés no estaba circuncidado ni en su carne ni en su corazón.
La circuncisión era una parte no negociable de ser el pueblo del pacto de Dios, como el propio Moisés había aprendido cuando Jehová se acercó a Moisés para darle muerte por no circuncidar a su propio hijo (Ex. 4:24-26). Pero para Moisés, la circuncisión física nunca fue la prioridad principal, ya que la circuncisión no era más que un signo; ésta no era la realidad última a la que apuntaba el signo. Por eso, con sus últimas palabras, Moisés rogó a Israel que circuncidara su corazón para que no siguiera desobedeciendo obstinadamente a Yahveh.
Entonces, ¿hacia dónde apunta la circuncisión? En el Nuevo Testamento, obtenemos una explicación más clara: la circuncisión física apunta a la realidad de la circuncisión del corazón, que corresponde a la idea teológica de regeneración, o nuevo nacimiento en Cristo.1 A través de la redención de Cristo, por el ministerio del Espíritu Santo en nuestras vidas, Dios circuncida nuestros corazones dándonos nueva vida a través del Evangelio. Así, en Romanos 2:25-29, Pablo dice que los verdaderos judíos son aquellos cuya circuncisión es espiritual, la obra interna del Espíritu, y en Colosenses 2:11-15, Pablo dice que recibimos la circuncisión de Cristo a través de la sepultura y resurrección con Cristo en el bautismo.
El punto más importante detrás de todo esto, entonces, es que mientras que el cristianismo tiene signos externos (por ejemplo, el bautismo, la Cena del Señor, la membresía formal de la iglesia), la característica no negociable del cristianismo es una obra interna del Espíritu Santo. Por la misericordia de Dios, pues, circuncidad el prepucio de vuestro corazón.
Notas al pie
- James M. Hamilton, Jr., God’s Indwelling Presence: The Holy Spirit in the Old and New Testaments, NACSBT (Nashville: B&H Academic, 2006), 2–3. ↩︎