¿Hay restauración para un creyente después de haber pecado?

El alfarero moldeando la vasija

Es precioso saber que somos salvos, y más aún cuando entendemos el alto costo de nuestra salvación y las perfecciones de nuestro salvador. Comprender el amor de Dios por nosotros y el deseo de salvarnos hasta el punto de enviar a su precioso Hijo a morir por nosotros, llena nuestros corazones de un gozo inigualable. Sin embargo, lo que para nosotros debería ser un motivo de humildad y constante sumisión a Cristo, muchas veces se convierte en motivo
de orgullo y autosuficiencia. Tendemos a ser engañados y pensar que Su amor por nosotros es la respuesta de nuestro amor hacia Él, lo que nos lleva a un estado de independencia en el que nos creemos capaces de vivir la vida cristiana en nuestros propios esfuerzos, e incluso llegamos a pensar que somos incapaces de fallarle a Dios. Pero cuando olvidamos que la verdadera motivación para nuestro servicio y devoción hacia Él, debe ser que Él nos amó primero, quedamos expuestos a ceder a las tentaciones con facilidad y una vez que hayamos cedido, llegará a nosotros un sentimiento de culpa y remordimiento que puede ser devastador y difícil de sobrellevar, pues es realmente vergonzoso verse nuevamente envuelto en pecados que ya creíamos superados o pecados escandalosos que jamás creímos llegar a cometer. Es allí donde llegan las peores dudas, y nos preguntamos si realmente somos creyentes o si de verdad amamos al Señor.

Por esta razón, he querido hacer este escrito, porque he experimentado la culpa y el remordimiento de haber pecado contra Dios de una forma en la que no creí posible hacerlo, pues pensé que amaba de tal forma a Dios y me sentía tan fiel a Él en mi servicio, que jamás imaginé que mi conciencia se pudiera adormecer hasta pecar. Como dije anteriormente, el sentimiento es sencillamente doloroso y desesperanzador, pues creemos que no hay posibilidad de ser perdonados si voluntariamente decidimos callar nuestra conciencia para hacer lo indebido. En ese momento, sólo escuchamos acusaciones en nuestras mentes que nos dicen que hemos caído demasiado bajo para ser restaurados y el remordimiento nos mortifica cada vez que pensamos “si tan sólo hubiera hecho” o “hubiera dejado de hacer”.


Sin embargo, debemos dar gracias a Dios por Su preciosa palabra, la cual nos da la respuesta para saber cómo abordar estos casos y al mismo tiempo nos da aliento y esperanza. En ella, podemos encontrar distintos casos de hombres que amaron profundamente a Dios y aun así le fallaron. Podríamos mencionar varias historias de personajes bíblicos que pecaron y fueron restaurados, pero hoy quiero centrarme en la historia de la negación de Pedro para mostrar cómo podemos superar nuestras recaídas, o más bien cómo Dios puede hacer que las superemos.

»Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo; pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos». Y Pedro le dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir a donde vayas, tanto a la cárcel como a la muerte». Pero Jesús le dijo: «Te digo, Pedro, que el gallo no cantará hoy hasta que tú hayas negado tres veces que me conoces».

(Lc 22:31-34)

Satanás busca hacernos caer

Lo primero que vemos en este pasaje es que tenemos un enemigo que busca nuestra destrucción. El demonio buscará siempre la manera de hacernos caer para así destruir nuestro testimonio, pues él desea más que nadie la destrucción de nuestras almas. Cristo nos enseña a través de este pasaje, que detrás de nuestras tentaciones hay más de lo que a primera vista observamos, hay todo un mundo espiritual que no podemos ignorar y del cual debemos estar siempre alertas.


Es el mismo Pedro quien unos años después nos advierte acerca de esto en 1 Pe 5:8-9 “Sean de espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar. Pero resístanlo firmes en la fe, sabiendo que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en sus hermanos en todo el mundo.” Nuestro enemigo no es un enemigo pequeño, sino alguien con gran poder y persistente en su objetivo.
Sin embargo, Dios promete que si nos mantenemos sobrios le podemos resistir, y que si le resistimos Él huirá de nosotros.


Te preguntarás ¿De qué sirve esto si ya hemos caído o si no hemos podido resistir a la tentación? Estas advertencias vienen de un hombre que cedió a la tentación y vivió en carne propia el sabor amargo del pecado. Así que al igual que Pedro, tú y yo tendremos que sufrir muchas veces las consecuencias de nuestros pecados para aprender a apreciar mejor ciertas bendiciones del Señor y mantenernos humildes en dependencia de Cristo, pues sólo así lograremos resistir y mantenernos sobrios.

Jesús es quien nos hace perseverar

Eso nos lleva a la segunda verdad que encontramos en el pasaje, y es que no hay forma de que podamos perseverar en la fe si no fuera por la intercesión de nuestro Señor Jesucristo: “Yo he rogado por ti para que tu fe no falle”. Es sólo gracias a la petición de nuestro Señor que Pedro no cayó del todo, pues vemos que a pesar de su recaída, su fe se mantuvo. Así mismo, nuestra fe es sostenida y preservada por la constante intercesión de Jesús por nosotros. Por tanto, a pesar de tus fallas y fracasos conscientes o inconscientes, si Cristo ha pedido por ti, puedes estar seguro que volverás a ser restaurado (Leer Rom 8:34).


Es importante aclarar que así como estoy totalmente seguro de que no hay pecado tan grande que nuestro Señor Jesús no pueda perdonar, estoy totalmente seguro de que no hay pecado tan pequeño que el mismo Señor no pueda condenar. Así que, por favor no piensen que estoy diciendo que nuestros pecados no tienen importancia, pues no debemos olvidar que Dios es santo y justo, por lo tanto, no puede tolerar el pecado. Él no tomará por inocente al culpable y por causa de nuestros pecados un inocente tuvo que morir. La paga del pecado es muerte y al ser Cristo nuestro sustituto, era necesario que llevara sobre sí nuestros pecados y fuera castigado en nuestro lugar, así que no debemos tomar con ligereza aquello que llevó a Cristo a sufrir en la cruz.


En realidad, lo que busco con este escrito es hacer un llamado al arrepentimiento, reconociendo que verdaderamente hemos pecado contra Dios y que por eso necesitamos ir al trono de la gracia a deleitarnos de nuestro precioso Señor y su perdón, pues “no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado”.

La compasión de Jesús hacia Pedro

Teniendo esto en cuenta, quisiera que viéramos la compasión de nuestro buen Señor hacia Pedro, donde se evidencia que Él no es indiferente a nuestras debilidades, sino que es capaz de entendernos, Él nos conoce mejor que nosotros mismos y sabe de qué cosas tenemos necesidad, y eso es precisamente lo que vemos en los versículos 33 y 34 donde Pedro le dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir a donde vayas, tanto a la cárcel como a la muerte». Pero Jesús le dijo: «Te digo, Pedro, que el gallo no cantará hoy hasta que tú hayas negado tres veces que me conoces». Pedro tenía } demasiada confianza en sí mismo, y por esa razón tenía necesidad de ser zarandeado para aprender a confiar en Cristo. Era Dios quien estaba al control de la situación y Satanás no hubiese podido hacer nada en contra de Pedro y de ninguno de los discípulos si al igual que como pasó con Job el Señor no se lo hubiese permitido.


Satanás como ya hemos visto busca nuestra destrucción, pero Dios tiene la asombrosa habilidad de sacar lo bueno aún de cosas malas y sabía que esta situación terminaría siendo para el beneficio de Pedro y de sus discípulos, pues después de ser restaurado, Pedro sería el encargado de animarlos. Esto nos recuerda que aún nuestros fracasos en manos del Señor pueden volverse en beneficio para nosotros en nuestro caminar como creyentes.


Después de la afirmación radical de Pedro de seguirlo hasta la muerte, Jesús le menciona lo que sucedería después: su negación, pero no para recalcar su falta o burlarse de él, sino todo lo contrario, lo hace para mostrarle a Pedro que Él sabía de antemano lo que haría y aun así estaría dispuesto a restaurarlo. El Señor no es sorprendido por ninguno de nuestros pecados, Él nos conoce lo bastante bien y sabe lo que hay en nuestros corazones, Él conoce incluso nuestros pecados futuros y aun así estuvo dispuesto a morir por ellos.


Pedro lloró amargamente cuando el gallo cantó porque Jesús le miró y recordó sus palabras en ese momento (Leer Lc 22: 61-62). Podemos imaginarnos lo devastador del dolor, había negado a Cristo en su misma presencia, había hecho aquello que dijo que no haría y ahora los ojos de Cristo estaban fijos en él. Sin embargo, esto no impidió que Cristo fuera a la cruz y derramara cada gota de sangre por ese pecado, y tampoco impidió que una vez resucitado Jesús llamase a Pedro a venir a Él nuevamente para ser restaurado.

En Cristo hay restauración

Del mismo modo, muchos de nosotros aun siendo creyentes hemos caído, y hemos experimentado el dolor y la vergüenza de haber pecado deliberadamente contra nuestro Dios Santo, pero al igual que Pedro podemos experimentar el poder de su amor después de haber fracasado. Mientras debíamos estar avanzando constantemente con nuestro Maestro en el camino a la cruz, el miedo nos detuvo en nuestro caminar y nos hizo retroceder. Pero esto sólo nos ayuda a ver nuestra debilidad, de modo que, podamos ver la gran necesidad que tenemos de acudir al Único capaz de hacernos perseverar en esta constante lucha, nuestro Señor Jesucristo. Sólo Él puede protegernos y restaurarnos para vencer los ataques del enemigo. Así que, clamemos y supliquemos por misericordia una vez que seamos conscientes de nuestra incapacidad para seguirle correctamente y Él nos devolverá el gozo de nuestra salvación.


Para terminar, quisiera motivarte a seguir confiando en nuestro precioso Salvador citando estas palabras de Irwin Lutzer: “Cristo ora por nosotros. Él conoce nuestras debilidades y las circunstancias que nos ocasionaron la caída. Él, lleno de compasión, está dispuesto a restaurarnos a la comunión y a la utilidad. Permitamos simplemente que provea la sanidad que solo él puede dar”. Así que, no decaigas, en Cristo hay restauración.

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