Lecturas Bíblicas: Día 119
Números 6 | Salmos 40–41 | Cantar de los cantares 4 | Hebreos 4
Una importante distinción teológica que aparece repetidamente en el libro de los Números -y que probablemente pasemos por alto a menos que la busquemos- es la diferencia entre limpio y santo. Estas palabras no son intercambiables. Habíamos hablado de esta distinción en nuestra meditación de Levítico 11-12, y el tema surge de nuevo en nuestra lectura de hoy de Números 6.
Para que Jehová pueda habitar en medio de su pueblo, en su tabernáculo, en el centro del campamento, ordena que todos los del campamento estén limpios para que la impureza no “contamine su campamento, en medio del cual yo habito” (Núm. 5:3). Limpio es el requisito mínimo para la proximidad general a un Dios santo, por lo que todos en el campamento deben estar limpios.
Pero no todos son considerados santos. La santidad es una categoría totalmente diferente. Incluso entre los levitas, sólo los sacerdotes son llamados santos. Los demás levitas sólo son purificados (Núm. 8:5-22), mientras que los sacerdotes son consagrados (lit., “hechos santos”; Éx. 28:41) y declarados “Santos para el Señor” (Éx. 28:36) para desempeñar sus funciones.
Lo que todo esto significa es que, bajo el pacto mosaico, la santidad no era una opción para nadie excepto para los sacerdotes, con una excepción importante. Aquí es donde entra en juego el voto nazareo de Números 6:1-21. Con un voto nazareo, cualquier persona (hombre o mujer) podía someterse voluntariamente a un voto de separación de Jehová, durante el cual esa persona era “santa para Jehová” (Núm. 6:8), el título exacto que se daba a los sacerdotes.
No leemos nada que sugiera que a los nazareos se les permitiera entrar en el templo como a los sacerdotes, pero los nazareos eran, no obstante, santos. A pesar de las estrictas divisiones, separaciones y clasificaciones del campamento de Israel en Números, los nazareos tenían acceso directo a Jehová a través de su santidad de una manera que los demás israelitas no compartían.
Por supuesto, la intención de Jehová nunca fue crear una división de élite de los israelitas para separar a los dedicados de los insinceros. Para evitar que nos hagamos esa idea, Jehová pasa directamente de hablar de los nazareos a decirle a Aarón cómo bendecir a todo el pueblo poniéndoles su propio nombre.
El cuadro que sigue desarrollándose ilustra el cuidado de Jehová por guardar su propia santidad, al tiempo que amplía los límites originales para habitar en medio de su pueblo. En la lectura de ayer, Jehová expulsó a los leprosos del campamento y enseñó a probar la inocencia de una mujer en caso de adulterio. En la de hoy, Jehová crea un medio para llegar a ser santo y coloca su nombre sobre su pueblo mediante una bendición especial, sumo sacerdotal.
Y de este modo, la teología de Números enseña algo importante sobre quién sería Jesús: Nuestro Señor vino tanto a asociarse con pecadores impuros como a hacerlos radiantemente santos mediante su gracia soberana.