Dios condesciende a habitar en medio de su pueblo sólo por su gracia libre, pero la gracia de Dios siempre mantiene su santidad. Al enviar a Jesús a morir en nuestro lugar, como sacrificio sustitutivo por nuestro pecado, Dios guardaba su santidad. Dios no es un juez corrupto que pervierte la justicia cuando nos perdona, porque Jesús ya ha pagado la pena en su totalidad.
Por medio de Cristo, Jehová guarda la pureza de su santidad y abre el camino del árbol de la vida a quienes creen en Él para salvarse.