En este pasaje aprendemos cuán distantes estamos de la santidad de Jehová. Cuanto mejor vemos lo lejos que estamos de la santidad de Dios, más claramente reconocemos la misericordia de Jesús, que murió para hacernos santos.
El hecho de que Jesús viniera a hacerte santo no te da derecho a rechazar la autoridad que ha establecido sobre ti. Nuestros privilegios en Cristo deberían llevarnos a una humildad agradecida, nunca a un derecho orgulloso y ávido de poder.