El Año del Jubileo era escatológico, es decir, anticipaba el fin de los tiempos. Cada vez que Israel celebraba el Año del Jubileo, esperaba tangiblemente la restauración de la herencia definitiva que Dios había prometido a su pueblo: una nueva creación, con nuevos cielos y nueva tierra. Lo que el pueblo de Dios perdió por su deuda de pecado, Jesucristo lo restauró con su vida, muerte y resurrección.
Y en el último Año del Jubileo, cuando Jesús regrese, el pueblo de Dios no volverá a languidecer bajo la pobreza de la maldición; en cambio, seremos nombrados coherederos para heredar todas las cosas por medio de Jesucristo (Rom. 8:17).