Hoy vivimos en una realidad totalmente distinta. Vivimos sabiendo que Jesús ha venido a este mundo para establecer un nuevo pacto, distinto del pacto que rompió Israel (Heb. 8:9), un pacto que no depende de una tierra santa ni de un templo santo. En su lugar, el reino de Dios habita en los corazones de su pueblo en todo el mundo. La blasfemia sigue siendo una violación de la santa ley de Dios, pero la ley de Dios ya no impone castigos civiles por ese delito.