Del mismo modo en que el Día de la Expiación era un recordatorio perpetuo de nuestra necesidad de expiación y limpieza del pecado -apuntando hacia la expiación perfecta de Cristo-, la Fiesta de los Tabernáculos nos recuerda que somos un pueblo peregrino, “forasteros y exiliados” (1 Pe. 2:11), hasta que Jesús regrese, cuando suene la trompeta de Dios y el Señor descienda para traer a su pueblo a casa (1 Tes. 4:16).