Para expiar los pecados del pueblo, el sumo sacerdote tomaba dos machos cabríos de la congregación del pueblo y los echaba a suertes, y uno de ellos se ofrecía “para el Señor” como ofrenda por el pecado, pero el otro macho cabrío se enviaba al desierto “a Azazel” (Lev. 16:7-10), es decir, como chivo expiatorio. El sumo sacerdote sacrificaba el primer macho cabrío como ofrenda por el pecado y luego llevaba su sangre al interior del velo, rociándola sobre el propiciatorio y delante de él, haciendo expiación por el Lugar Santo para purificarlo de la inmundicia de Israel (Lev. 16:16-19).