La lepra era uno de los recordatorios crónicos más feos y temidos de la realidad del pecado y la muerte, y las víctimas de los efectos de la caída no podían salvarse así mismas.
Pero Jesús, por profunda compasión, vino como el Gran Médico a curar a los enfermos. Ciertamente, podría haberlos curado a distancia, con su palabra, pero Jesús eligió específicamente incluso tocar a los leprosos mientras los curaba (Mt. 8:3).