La idea de que la religión de uno es un asunto privado y personal es una absoluta mentira. Nos convertimos en lo que adoramos.1 Si adoramos a Jehová, nos conformamos a la imagen de su Hijo, Jesucristo (Rom. 8:29), pero si adoramos a los falsos dioses del dinero, el sexo, el placer, la comodidad o el poder, nos convertimos en esclavos de esos ídolos, y ellos desfiguran nuestro comportamiento de modo que los perseguimos a cualquier precio, sin importarnos quién pueda resultar herido en el proceso.