Al elegir a los débiles en lugar de los fuertes, Dios engrandece su propio poder, para que los fuertes no puedan vanagloriarse de su propia fuerza. Como recuerda Pablo a la iglesia de Corinto (un grupo de personas obsesionadas con exhibir su propia fuerza y poder), “sino que lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte… a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1 Cor. 1:27, 29).