En Génesis 40 vemos un presagio de la misión de Jesús. Mediante su propia muerte y resurrección al tercer día (¡el mismo día en que el copero fue restituido a su puesto!), Jesús vino a liberar a los cautivos de su prisión. No vino a liberar a la gente simplemente de la prisión de Egipto, sino de la prisión de la maldición del pecado y la muerte. Al igual que en los sueños que José interpretó, Jesús se presenta con una promesa y una advertencia: Jesús resucitará para caminar en novedad de vida (Rom 6,4) a todos los que crean en él, pero los que no crean en Jesús serán maldecidos hasta la muerte.