Los propósitos de Dios eran engendrar la descendencia que había prometido que aplastaría la cabeza de la serpiente (Gen. 3:15), y por eso Dios eligió a personas concretas con las que estableció su pacto, y a través de las cuales levantaría esa descendencia. Como escribe Pablo: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” (Rom. 9:16).