Incluso tras la desobediencia de Abram al ir a Egipto, Dios insiste en que cumplirá sus promesas para que sus propósitos redentores no fracasen. Dios reafirma su promesa de que Abram sería el padre de una nueva nación, de la que Dios sacaría la descendencia prometida que redimiría a la humanidad de la maldición del pecado al aplastar la cabeza de la serpiente.