La realidad es que todos nos hacemos falsas imágenes de Dios, tanto en lo grande como en lo pequeño. Por lo tanto, necesitamos un mediador más grande que Moisés. El Evangelio, pues, es que Jesucristo no convenció a Dios de que no nos destruyera, sino que se sometió a la muerte en nuestro lugar, tomando sobre sí las plagas de la ira de Dios por nuestro pecado. Al hacerlo, Jesús se convirtió en nuestro gran Mediador, interponiéndose entre Dios y nosotros, y asegurando una redención eterna mediante su muerte y resurrección.