Puesto que los que vivimos bajo el nuevo pacto estamos llamados a ser el santo sacerdocio de Dios (1 Pe. 2:5), también nosotros tenemos la responsabilidad de elevar oraciones como incienso a Dios. Estamos llamados a interceder unos por otros con la confianza de que esas oraciones son guardadas en copas de oro en el templo del cielo por los veinticuatro ancianos que adoran al Señor Dios Todopoderoso y al Cordero día y noche (Ap. 4:8-11).
¿Reconoces el valor de tus propias oraciones?