En el transcurso del resto de la historia de la Biblia, queda muy claro que la Pascua siempre había apuntado hacia Jesucristo. En la crucifixión, Jesús se convirtió en el cordero de la Pascua definitivo para el pueblo de Dios. Y porque estamos cubiertos con la sangre de Jesús, el juicio de Jehová simplemente pasa por sobre nosotros, tal como Jehová pasó por sobre los israelitas cuando estaban en Egipto. Pablo incluso llama explícitamente a Jesús “nuestro cordero de Pascua” (1 Cor. 5:7).