En lugar de alardear de nuestros logros con orgullo, deberíamos preguntarnos, como Pablo: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?“. (1 Cor. 4:7). Examina tu corazón: ¿le das toda la gloria al Dios que nos da todas las cosas junto con el regalo más precioso de todos, su Hijo Jesucristo? ¿O le atribuyes secretamente a tu propia fuerza, habilidades o inteligencia tus logros y posesiones en la vida?