Esta historia también es una sombra inversa de la forma en que el propio Hijo de Jehová se ofreció voluntariamente como sacrificio humano, no para buscar un poder vil y demoníaco, sino para ofrecerse como sustituto abnegado por los pecadores. Ese día, la propia ira de Jehová cayó sobre su Hijo para absorber todo el peso de la maldición por nuestro pecado, pero su ira también oscureció los cielos, rasgó la cortina del templo, sacudió la tierra, partió rocas e incluso hizo que los muertos salieran de sus tumbas (Mt. 27:45, 51, 52-53). Y toda esa historia nos sirve de advertencia: arrepiéntete, porque la paciencia de Dios no durará para siempre.