Esta historia nos ofrece una imagen de Jesús. Jesús, que como David era el legítimo rey de Israel, no fue recibido por su propio pueblo (Jn 1,11), que lo entregó para que lo crucificaran a instancias de los líderes religiosos, que querían aferrarse a su poder e influencia en Israel. Nosotros, pues, estamos llamados a seguir las huellas de Jonatán, por lo que debemos renunciar a cualquier pretensión a los tronos de nuestras vidas: Jesús debe crecer, y nosotros menguar (Jn 3,30). Hagamos morir nuestros viejos deseos pecaminosos, para abrazar a Jesús como rey mediante la fe en el pacto que hizo con su cuerpo roto y su sangre derramada.