Dios nunca dio el Espíritu Santo como recompensa a la gente buena; por el contrario, en el Nuevo Testamento aprendemos que Dios da su Espíritu Santo a los pecadores para transformar nuestros corazones y seguirle. El Espíritu Santo nos convence de nuestro pecado, abre nuestros ojos a la gloria de Cristo, nos da fe para confiar en él para la salvación, y emprende la obra de conformarnos a la imagen de Jesús.