Esta historia anuncia tanto la esperanza como la advertencia del Evangelio. Por un lado, el evangelio proclama que todos los que se humillan para ser lavados con la sangre de Jesús por medio de la fe se verán a sí mismos bautizados limpios de las impurezas del pecado, igual que el propio Naamán fue lavado. Por otra parte, el Evangelio también advierte a quienes pretendan utilizar la gran noticia de Jesús como instrumento para obtener beneficios personales. Rechaza cualquier tentación de buscar deseos mezquinos de enriquecimiento personal y abraza, en cambio, la limpieza que Jesús ofrece en el Evangelio.