El evangelio de Jesús anuncia una noticia sorprendentemente buena: La sangre de Cristo nos ha acercado a Dios en su santidad (Ef 2,13). Mediante el poder purificador y limpiador de la sangre de Jesús, Dios nos llama a acercarnos a Dios en el esplendor de sus lugares santos con confianza, en la plena certeza de la fe (Heb. 10:19-22).
Para quienes están cubiertos por la sangre de Jesús, la santidad de Dios ya no es una amenaza, sino la fuente de nuestra bendición, herencia y esperanza.