Vemos que el sistema de sacrificios del antiguo pacto era bueno, pero no perfecto. Con el tiempo, el pueblo de Dios necesitaría un sacrificio mejor, no sólo uno que tuviera que ofrecerse una vez para siempre, sino uno que pudiera expiar los pecados más atroces y prepotentes. Y, en efecto, Dios proporcionó un sacrificio capaz incluso de expiar el pecado de asesinar al propio Hijo de Dios.