En el Nuevo Testamento se nos dice exactamente qué clase de sacrificios costosos exige Dios: nos pide que ofrezcamos nada menos que a nosotros mismos. En Romanos 12:1, Pablo escribe: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional“. No es que podamos expiar nuestro propio pecado -sólo el sacrificio infinitamente costoso de Jesucristo puede expiar el pecado-, sino que Dios nos pide que le adoremos dándole todo lo que tenemos y todo lo que somos.